26.8.13

Enrique IV, de Pirandello


Hace afirmar Pirandello a su Enrique IV "Confiar en alguien, eso sí es realmente cosa de locos". Es una de las grandes enseñanzas de esta comedia/tragedia dedicada a la traición, a la mentira, a los años perdidos, al terror que nos provoca la realidad. La locura es un feliz resguardo contra una realidad agresiva, repugnante a veces. ¿Es el Enrique IV emperador medieval el loco o lo son todos los demás? ¿Son locura sus ropajes, sus vivencias, sus fantasmas, o somos los cuerdos quienes dejamos escapar la vida? Los amigos de juventud de este Enrique IV entran en su estancia de aspecto gótico a perpetrar la mascarada que supuestamente le va a curar de su locura, pero ¿y si entre ellos se encuentra el culpable de la misma? ¿No será locura la de todos ellos al querer devolver a la realidad al más cuerdo de todos ellos?
 Europa se desangra por la Primera Guerra Mundial y los buenos burgueses hacen bailes de máscaras, se traicionan, juegan a ser dignos, como eternos adolescentes.
Nuestro Enrique IV es un aristócrata que, tras sufrir un accidente, queda afectado en su cordura y cree vivir en la época del disfraz que llevaba en aquel momento; piensa que es el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Pero ¿está loco o de manera consciente ha ocupado el papel de un emperador para dar la espalda a la realidad que le rodea?

Luigi Pirandello
                               

(Agrigento, 1867 - Roma, 1936)
Dramaturgo, novelista, autor de relatos, ganador en 1934 del Premio Nobel de Literatura. Entre su obra dramática destacan Enrique IV, Seis personajes en busca de autor, Así es si así os parece, Cada uno a su manera, El placer de la honestidad, El imbécil o El hombre, la bestia y la virtud. En su obra narrativa destaca especialmente El difunto Matías Pascal. Individualista a ultranza y anti-jerárquico, el vanguardismo de su obra se mantiene intacto con el tiempo.

Enrique IV, por Miguel Angel de Rus

Hace afirmar Pirandello a su Enrique IV "Confiar en alguien, eso sí es realmente cosa de locos". Es una de las grandes enseñanzas de esta comedia/tragedia dedicada a la traición, a la mentira, a los años perdidos, al terror que nos provoca la realidad. La locura es un feliz resguardo contra una realidad agresiva, repugnante a veces. Basta mirar alrededor.
Escrita en 1922, Enrique IV mantiene su total vigencia, quizá por el desapego de la mirada, por esa capacidad de mezclar lo dramático y el humor más terrible. Quizá Pirandello mantuvo siempre su alma de niño y lo vio todo con ojos siempre nuevos.
 ¿Es el Enrique IV emperador medieval el loco o lo son todos los demás? ¿Son locura sus ropajes, sus vivencias, sus fantasmas, o somos los cuerdos quienes dejamos escapar la vida, escurriéndose por la manga de nuestra camisa, cometiendo la locura de no vivir cada minuto? ¿Cómo amar para siempre si el amor que en el que se ha creído está hueco, es sucio? ¿Cómo soportar la traición?
Los amigos de juventud de este Enrique IV entran en su estancia de aspecto gótico a perpetrar la mascarada que supuestamente le va a curar de su locura, pero ¿y si entre ellos se encuentra el culpable de la misma? ¿No será locura la de todos ellos al querer devolver a la realidad al más cuerdo de todos ellos?
Al reparar en los hechos, tenemos que pensar que quizá Enrique IV no sea el loco, sino el cuerdo, a pesar de estar enfrentado con un Papa muerto ya hace siglos, y que la Europa que se desangra por la Primera Guerra Mundial y el derrumbe no sólo de las fronteras, sino de todas las certidumbres, y que aún tiene tiempo para bailes de disfraces y juegos burgueses, sea la loca, la terriblemente loca en su cordura estúpida. 
Nuestro Enrique IV es un aristócrata que, tras sufrir un accidente, queda afectado en su cordura y cree vivir en la época del disfraz que llevaba en aquel momento; piensa que es el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Pero ¿está loco o de manera consciente ha ocupado el papel de un emperador para dar la espalda a la realidad de la sociedad europea que sale de la Primera Guerra Mundial? ¿Dónde está la farsa? ¿En el aristócrata que interpreta a un emperador o en su mujer y su amante que fingen ante su presencia ser personajes del mundo en el que quedó viviendo este Enrique IV? Enrique IV inspira afecto, ternura, comprensión. Es un loco, un loco de aquellos que pedía León Felipe en su poesía, un loco en una tierra en la que ya no hay locos porque todo el mundo está cuerdo, terrible, horriblemente cuerdo. La aristocracia del alma del autor se rebela en una frase de Enrique IV: "estoy curado. Sí lo estoy, no tendré ya necesidad de vosotros y seréis despedidos." Todos los cuerdos deberían ser despedidos, no merecen ni la condición de esclavos. Es la enseñanza elitista, individualista, ferozmente vital de Pirandello.
Pude ver a José María Rodero, un actor impresionante, inmenso, interpretar a Enrique IV. Hace ya décadas de aquello -creo que fue hacia el 86-, pero nunca lo olvidaré. Al tamaño gigante del personaje, Rodero unió su inconmensurable talento. Salí del teatro fascinado y más convencido aún de lo que ya lo estaba, de que los locos son "ellos, los otros". Aquel fue un momento que ilumina una vida. Por aquellos años, Rodero interpretó a Buero Vallejo, Albert Camus, Tolstoi, Ramón del Valle Inclán; después de aquellos manjares, las ofertas cotidianas de la vida nunca volvieron a hacerme sentir el más mínimo interés, sólo podían interesarme ya los genios, los seres desmedidos, aquellos a quienes la masa gris considera locos, pero que son inmortales.
Sobre Pirandello cabría decir que, como es bien sabido, su padre y su familia materna fueron fervientes anti-borbónicos (incluso pagándolo con el exilio) y defensores de la unidad democrática de Italia. No obstante conseguir expulsar a los Borbones y la unidad, Pirandello creció en una familia abiertamente decepcionada con la nueva sociedad. Es el sino de todo idealista, luchar por valores elevados y acabar encontrándose con la masa. Y de ese ambiente familiar decepcionado tras la unificación y su traumática realidad, Pirandello tomó parte de la atmósfera emocional que encontramos en sus obras. La sensación de traición a los ideales por los que se luchó y resentimiento contra la sociedad, inculcara en Pirandello la desproporción entre ideales y realidad que subraya en su ensayo L'Umorismo y que encontramos claramente en Enrique IV.

Premio Nobel de Literatura en 1934, de su vanguardista y magnífica obra nos quedan títulos como El difunto Matías Pascual, Seis y personajes en busca de autor, Así es (si así os parece), El placer de la honestidad, El imbécil, El hombre, la bestia y la virtud y, por supuesto, Enrique IV. En esta obra, y en otros títulos, encontramos su individualismo a ultranza -harto de la vulgaridad circundante-, su entierro ascético, los restos de la depresión que sufrió y una apuesta estética que sobrevive porque estuvo por delante de su tiempo.
 Pirandello estuvo "en lo alto de la pirámide" (con perdón de Kandinsky por robarle la expresión), marca uno de los momentos más altos del decadentismo en Europa, y se anticipa en el planteamiento de la absoluta relatividad de cualquier acto o idea del hombre, mostrándonos cómo ninguno de los criterios tradicionales puede ya discriminarse como racional o irracional, normal o locura, puesto que la decadencia de la ética y la estética, la pérdida de referentes, lo hace imposible. Y evidentemente, la opinión de las mayorías no podía servir de faro a alguien elitista y elevado como Pirandello.
De cuantos han descrito el humor en Pirandello, quizá el más acertado fue el que dijo que es "descarado, antijerárquico". ¿Cómo iba a aceptar jerarquías, él, que incluso cayó temporalmente en la simpatía por el fascismo, para acabar despreciando toda ideología humana?
En esta obra, además, Pirandello nos recuerda los inaceptables excesos de los Papas de la Iglesia Católica, por medio del recuerdo del paseo de Canossa: el viaje que hizo el emperador Enrique IV del Sacro Imperio Germánico, desde Espira hasta el Castillo de Canossa con el fin de ver al papa Gregovio VI (enero de 1077) para solicitarle la liberación de la excomunión. Enrique IV tuvo que permanecer tres días y tres noches arrodillado a las puertas del castillo, a pesar de la fuerte nevada, vestido sólo con una túnica de lana y descalzo para poder conseguir el durísimo perdón papal (momento de humillación del poder político al religioso que recogió con maestría en un cuadro Eduard Schwoiser.) Fue el único modo que tuvo Enrique IV de no ser depuesto por sus enemigos, que habían encontrado en el dios de los católicos un curioso aliado. El desprecio de Pirandello por las jerarquías queda bien patente al incluir el recuerdo de este ominoso paseo en su texto.
Como mensaje final de la obra de Pirandello, queda una idea: "toda realidad es un engaño". Si alguien no lo cree, que mire alrededor.