19.9.16

Entrevista a Antonio Nieto Aguilar por su obra "El boulevard de los perros"

P.- ¿Qué es el triángulo de la muerte argelino que presentas en El boulevard de los perros?
R.- Es el lugar donde se tienen más registros de asesinatos y masacres en la no declarada guerra civil argelina de la decada de los 90, un conflicto que comenzó con la anulación de los comicios en el 92, cuando el ejercito dio un golpe de estado y detuvo a dirigentes y simpatizantes del partido ganador, el FIS (Frente Islámico de Salvación), y que se prolongó durante más de una decada, dejando un saldo de 200.000 muertos. Dicho triángulo se extiende desde la zona metropolitana de Argel hasta las regiones montañosas donde las guerrillas se hicieron fuertes. Es allí es donde transcurre el grueso de El boulevard de los perros.

P.- ¿Como te acercas, en tu condición de autor, a un conflicto tan lejano, aunque tan cercano en realidad?
R.- Imagino que como cualquier persona perpleja ante un mundo que cada vez ofrece más misterios que respuestas. Cuando el conflicto estaba en su máximo apogeo, yo tenía 13 o 14 años, y recuerdo que un episodio brutal de la guerra , la matanza de Rais, coincidió con la muerte de Lady Di. Entonces su muerte era más visible y valiosa que la de cuatrocientas personas. Luego vinieron los testimonios de supervivientes, de cómo aquello podría haber sido orquestado por los servicios secretos. Era como que nada encajaba.  Veías, en definitiva, cómo en un lugar tan cercano a ti se desencadenaba el infierno, mientras tu vivías tu adolescencia tan feliz y despreocupado. Ahí es cuando aprendes que no siempre serás niño, o que el mundo no es de buenos y malos, blancos y negros, sino que hay una infinidad de tonos grises. De ahí también, que en la obra decidiera introducir a dos chavales de mi misma edad en dicha época, en dos lugares distintos, Argelia y Francia, a los que les une el mismo descaro de la juventud.

P.- ¿Quizá lo más dramático de la obra es la fatalidad con la que los personajes ven lo horrible como cotidiano?
R.- Definitivamente. Hay un sentido de 'lo inevitable' en el que los personajes viven,
intentan encontrar sentido a algo tan arbitrario como la violencia, de ahí su tragedia perpetua. Cada cual intenta a su manera encontrar una salida: en la oración, en la reflexión, en la venganza,...

P.- Antes la proliferación de guerras ¿es una obra que pueda ser enmarcada en otros países?
R.- Sí, quizás con matices. Podría decirse que una de las primeras guerras del siglo XXI se estaba librando ya en los 90, en un mundo cada vez más globalizado. El conflicto argelino, veteado por lo religioso y civil, y con heridas de la guerra de la Independencia aún entreabiertas, resultaba tan extremadamente fragmentario que tenía más parecido con conflictos como el actual en Siria, que con otros precedentes. La violencia salvaje e indiscriminada de las guerrillas del GIA hoy nos resultarían más familiares que entonces, viendo los métodos empleados por Boko Haram o Estado Islámico.

P.- ¿Cómo se puede llevar a escena una obra sobre la guerra que transcurre en distintos entornos?
R.- La puesta en escena puede requerir un proceso de laboratorio o un proceso experimental, mediante el cual el texto no sea necesariamente un punto de partida que encorsete el proyecto, pero si sea una especie de epicentro al que volver, y donde los elementos escenográficos sean más bien simbólicos. De hecho el texto en sí es como un puzzle: algunas escenas son inconexas, da saltos, es como la fragmentación de la propia guerra... Con ello quería dar juego a dicha experimentación. Esta obra en concreto es más atmosférica que visual, en contraposición, por ejemplo, a Propaganda, mi anterior texto, que tenía más elementos plásticos.

P.- Bossa es un drama en una familia norirlandesa católica. ¿Cuál es el detonante?
R.- Bossa Gilbert es una escritora norirlandesa que, tras un aborto en una clínica clandestina, cae gravemente enferma y regresa a casa de sus padres. Ahí vemos la distancia entre ambas generaciones, pero también lo que les une; intuimos cómo fue criada, en un entorno muy religioso pero que también le dio pie a la crítica desde pequeña. En su caso, a través de la escritura.

P.-¿Sigue siendo la religión una fuente más de problemas que de soluciones?
R.- Creo que es una dimensión constitutiva del ser humano, con sus pros y contras para la existencia cotidiana. Es decir, incluso cuando alguien se define como agnóstico o ateo, lo hace en torno a lo que considera sagrado o profano. Es el catalizador de nuestros mejores deseos y nuestros peores instintos. El hecho religioso es indisoluble de manifestaciones tan diversas como la violencia, la moral o el amor.

P.-¿Es el dolor el nexo de unión de las dos obras del volumen?

R.- Yo diría que sí, por lo menos el más fuerte. También su reverso, una irreductible esperanza. Añadiría, a todo ello, la familia, la religión, la moral, el pecado, la dominación, la libertad... En fin, que el lector escoja. El boulevard de los perros es como una ola de calor en un descampado polvoriento; Bossa es como una tranquila y sosegada tarde lluviosa de otoño tras los cristales.